De vez en cuando hay que hablar de política checa, aunque por lo general el tema no entusiasme a las diversas comunidades extranjeras. Últimamente, de cara a las elecciones legislativas previstas para otoño, el panorama político del país está revuelto porque el primer ministro Babiš pierde apoyo. El oligarca convertido en político y primer ministro, que no hace tanto parecía invencible, comienza a tener competencia.
Una discutida imagen de éxito
Babiš se ha hecho rico después de 1989, sacando provecho durante el capitalismo del conocimiento y los contactos acumulados durante el régimen comunista, con prácticas oligopólicas y comprando medios de comunicación por la influencia. Entró en política con una imagen construida por los spin doctors, de machote «fuerte y competente» decidido a «poner orden». Sumada a unos modos de nuevo rico, es una imagen que le ha creado un público y una masa de votantes suficiente para ganar elecciones e ir esquivando en las encuestas escándalos relacionados con las ayudas europeas. Su grupo empresarial, dentro de la industria agroalimentaria, es de los primeros entre los terratenientes del país y los receptores de dinero de Bruselas. En Chequia es difícil comer sin que esa gente gane dinero.
La reacción
Parece que esto empieza a cambiar. Las masivas movilizaciones de repulsa a Babiš, en Praga y las ciudades, quizá empezarían a tener una traducción política. La agencia de noticias ČTK da al partido Ano de Babiš un 25,4, pero la coalición de los Alcaldes (Stan) y el Partido Pirata se queda muy cerca, con el 24,9. Stan es una coalición de alcaldes de poblaciones medianas y pequeñas, basada en lealtades locales y énfasis en la gestión competente y libre de corrupción. Los Piratas son el voto joven y urbano, de repulsa a la corrupción y de énfasis en la tecnología y el ecologismo.